El augurio de Dostoyevski

Mario Grande nos deleita de nuevo con una reflexión sobre la literatura rusa y la tierra.

En la literatura rusa, fruto de un país helado durante buena parte del año, está muy presente la comunión con la tierra. Dostoyevski es un buen exponente. La cita con la que da comienzo El Libro de los Abedules está sacada de Los hermanos Karamazov, y pertenece a un delirio de sobremesa entre copa y copa de coñac del borrachín Fiodor Pavlovich ante sus hijos. El personaje en cuestión sabe todo lo que el abedul significa para Rusia y augura que el país se echará a perder si desaparece el árbol blanco, verde, amarillo que puebla los vastos espacios de la imaginación.

Ciudades color perla

La cita corre pareja con otra del poeta portugués Herberto Helder, sobre las ciudades color perla donde las mujeres existen velozmente. En un texto coral como lo es El Libro de los Abedules asoman varios rostros de la madre tierra rusa, entre divinidades, personajes mitológicos, literarios o históricos a manera de personajes-fuerza que dan sentido a esa peripecia de mujeres que existen velozmente, desde un icono de la propia Virgen de Vladimir, que ya no es bizantina, a la gran Baba Yaga, pasando por Ana Karenina, cuyos pensamientos pueden desencadenar el prodigio.

El sueño de los abedules

“Bajo las heladas del prolongado invierno, Avdotia Kurkova fruncía el ceño intrigada por si dormían los abedules bajo el peso nada ilusorio de la nieve, solo dócil al viento. Los más experimentados llegaban a borrar las huellas del agua de su cuerpo bajo la corteza hasta tal punto que entre la medianoche y el alba, cuando la ausencia de luz se hacía más acuciante, las altas copas vivían momentos de sed, que solo la salida del sol apagaba. En esas horas inciertas de anhelo y desfallecimiento, los abedules soñaban. Los que no, morían congelados.

De ahí a hacerle comprender por qué no tenían manos ni pies no había más que un paso. No necesitaban, según ellos, desplazarse para vivir. Les bastaba con echar hojas y alargar las raíces. Según decían, en sus acciones les bastaba con guardarse para la primavera, entenderse con el sol, la tierra, el agua y el aire, cerrar heridas y defenderse de insectos y otros animales. Avdotia Kurkova supo que los abedules desconocían cualquier distancia o, lo que es lo mismo, tampoco efectuaban ningún cómputo del tiempo porque solo viajaban las semillas y no morían como la gente.”

“Del mismo bosque de donde salió la civilización que conocimos. Del mismo bosque volverá a salir.”

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